Un monje iba por el camino. Debía de llegar al monasterio antes de que cayera la noche.
A mitad del viaje, con el sol fuerte brillando sobre su cabeza, encontró una sombrilla vieja que alguien había tirado. Qué suerte pensó, mientras la abría y contemplaba el cielo azul a través del agujero que tenía. No era demasiado grave y le sirvió muy bien para tener algo de sombra.
Un poco más allá, encontró una vieja olla de bronce. La llevó a un arroyo cercano y admiró el bonito brillo que aparecía cuando la iba puliendo con la arena. Le pareció que se vería muy bonita en la cocina del monasterio, y podría preparar algo allí esa misma noche.
Pensaba en qué podrían preparar para cenar, cuando vio a un granjero que cosechaba papas. Le preguntó si les regalaba algunas y el granjero le dio un par, pero le dijo que le daría un saco si le ayudaba un rato. Imaginando lo contentos que se pondrían en el monasterio, aceptó y ayudó a recoger y embolsar varios sacos de papas. El granjero le agradeció mucho mientras le ayudaba a ponerse el saco sobre los hombros.
Así pues, reanudó el monje su viaje. Aún hacía algo de sol, pero tenía los dos brazos sosteniendo el saco sobre sus hombros, así que la sombrilla iba enrollada y colgada de su cintura, y también la olla de bronce. Todo era un poco pesado, así que descansaba cada cierto trecho.
Para cruzar el río, había un ligero puente hecho de paja que se balanceaba de lado a lado cuando los viajeros pasaban por él. Se dio cuenta que no podría sujetarse bien al puente y sostener el saco al mismo tiempo.
Entonces recordó que había río arriba un puente de madera por el que podían cruzar los carros y caballos. Así que tomó el camino a la montaña, mientras el sol de la tarde le alumbraba ya las espaldas en su descenso.
IDEA
Lo que se recoge en el camino está bien pero hay que saber cuando dejarlo, no sobrecargar el simple viaje
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